dilluns, 13 de juliol del 2009

Llegó el momento de utilizar el quitaesmalte

Aaaaaayyyy... no sé si estoy más nerviosa o más dormida. El caso es que ya estoy en casa, después de dormir 8 horas entre los tres últimos días, con los paneles embalados, las memorias encuadernadas y las maquetas preparadas. Y mañana a colgarlo. Aaaaaayyyy....
Así que tendré que adecentarme un poco, eliminar las manchas de esmalte que quedan en mis uñas de un hueco que saqué la semana pasada para pintármelas sin pensar que luego no tendría tiempo para quitarlo... y dan pena. Unas uñas a manchas rojas más parecen unas setas que unas uñas veraniegas. Esto supongo que serán desvaríos por la falta de sueño...

Como al final me he inventado un cuentecillo tipo los que dejo por aquí, salvando las distancias, me atrevo a publicar el mío:
Circulamos por la carretera de Les Alcusses entre viñedos y girasoles. En la encruzijada de la carretera con el camino aparece un pequeño muro de hormigón a modo de pilar apantallado en el que se puede leer: “Celler del Roure” y al girar la vista en la dirección que nos marca el muro, más viñedos y el inicio de la Serra Grossa dominan el campo visual. Algo llama la atención levemente, parece que la falda de la montaña está desgarrada. Una leve grieta rasga la vegetación. ¿Es algún tipo de maniobra agrícola para producir el salto entre el viñedo y el bosque? No, parece que allí hay algo construido porque en un punto la grieta se abre hacia el camino. ¿Huele a vino? Parece que sí. Y la curiosidad nos anima a acercarnos.
Al avanzar por el camino, vamos percibiendo una terraza volcada hacia el viñedo. Hay gente allí. Parecen residentes disfrutando del atardecer. Y un poco más a la derecha hay un gran espacio cubierto, que invita a entrar. Mira ¡por ese otro camino llegan camiones con uva! Dejamos el coche en un aparcamiento a la cota del camino, a la sombra y accedemos a ese espacio por una suave rampa. Al llegar a ella, nos sentimos como en un mirador, contemplamos el paisaje que nos rodea y el olor a vino cada vez es más intenso. Nos damos la vuelta y vemos cómo los camiones están descargando montones de uva. ¡Es una bodega! Pero, ¿qué es todo lo demás? Desde el exterior no parecía posible todo este mundo. Esto no es un edificio, es un lugar. Aquí volvemos a estar al descubierto, volvemos a ver el cielo, más bien es lo único que vemos del exterior. Es tan introvertido como el vino. Una serie de espacios acristalados vuelcan a este espacio descubierto. Debemos estar en la grieta esa que se intuía desde la carretera, ¿no crees?
Mira, ¡una exposición sobre carteles de vino! ¡Vamos a verla! Y mientras vemos los carteles, vemos a los trabajadores trasegando los tanques de vino. Y a gente pasar. Y nos animamos a hablar con ellos. Nos contaron que venían de una conferencia, y se iban a arreglar para la cena y descansar un rato. ¿La cena? Sí, nosotros tenemos un comedor propio, pero si os apetece tenéis una cafetería aquí mismo.
Así que nos quedamos a cenar, sin perder nunca de vista los tanques de fermentación. Y catamos el vino propio. Y tanto lo catamos que decidimos quedarnos a dormir. A los dormitorios accedimos por una continuación de esa grieta. Allí el patio cambiaba el hormigón por la grava y los tanques por árboles.
Y al despertar, abrimos los ojos y vimos todos los viñedos a nuestros pies. Y la vendimia estaba en marcha, ¿a qué hora habrían empezado? Y desayunamos, dimos una vuelta por la grieta, entendimos todo el proceso del vino y vimos en funcionamiento las aulas, la biblioteca y la sala de trabajo. Los alumnos del taller también estaban ya en marcha. Volvimos a pasar por esa plaza-mirador cubierta hasta donde se descubría, descendimos la suave rampa, subimos al coche que seguía a la sombra y nos dirigimos a la Bastida de Les Alcusses. Nos habían dicho que estaba a tan solo cinco minutos y ese vino que habíamos probado debía de tomar el nombre de algo cuanto menos tan interesante como él. ¿Quién sabe si no volveríamos a comer?