dimecres, 27 de maig del 2009

Mi gato (II): Sus malos ratos

Dicen que los gatos tienen siete vidas. Menos mal, porque mi Gordo, a pesar de vivir tranquilamente en un piso, ha perdido alguna que otra vida...
Quizá sea ese carácter bonachón, ingenuo y curioso lo que le ha hecho meterse en algunos líos. 
Siendo bastante pequeño debió de intentar saltar desde la galería a la ventana de la habitación de mi hermano sin mucho éxito. Tras horas de buscarlo por casa sin que hubiese rastro de él, me asomé al deslunado y me pareció oir maullidos. Bajé corriendo al primer piso y allí estaba. Había caído desde un cuarto piso sin más daños que algún rascón en el hocico que se debió de hacer al rebotar con los tendederos y un susto que le hizo no salir de debajo de una cama en varias horas.
El verano siguiente lo pasé en Manchester. Cuando volví me enteré de que habían estado a punto de sacrificarlo porque se había clavado algo en una pata y se le había infectado demasiado. Mi madre se negó en rotundo al menos hasta que yo volviese. Y menos mal, porque se ha curado sin ninguna secuela.
Los veranos en el chalet han sido bastante peligrosos. Durante algunos años hubo un gato que hacía "bullyng" a mi gato. Aparecía todas las noches buscando pelea. Indu, innatamente curioso, se acercaba con intención de hacerse un amigo, y siempre acababa con algún mechón arrancado o algún arañazo. Allí, mi gato duerme en un trastero, con una ventana batiente con apertura superior (descripción un poco friki, lo reconozco...) siempre abierta, mosquitera y la persiana a medio bajar. Pues el acoso llegó al punto de que el "gato malvado" consiguió colarse por ese hueco de la ventana rompiendo la mosquitera y acorralando a Indu. Los maullidos desesperados nos hicieron levantarnos corriendo y, al abrir la puerta del trastero, el "gato malvado" salió disparado, mientras que Indu se quedó en un rincón asustado hasta el día siguiente sin dejar que nos acercásemos.
Otro verano, se coló en el chalet de al lado, allí vivían dos perros y el "gato malvado". No ha vuelto a acercarse por allí. Cuando empezamos a oir la pelea, hablamos con los vecinos y nos acercamos todos. Indu estaba entre la ventana del garaje y la reja, con el "gato malvado" erizado impidiéndole volver al garaje y los perros ladrándole desde el lado de la reja. Los dueños se llevaron a los perros y ya Indu escapó. Lo atrapé como pude y yo me llevé los únicos arañazos a mala leche que me ha hecho nunca. Supongo que su estado de nervios lo justifican. Yo todavía iba en pijama, y acabé con él lleno de sangre; pero no era mía, era del Gordo. De ésta también se recuperó completamente, aunque no ha vuelto a intentar entrar al terreno vecino.
Y creo que la vez que peor lo he pasado fue hace dos o tres años. Era un sábado que salí temprano de casa hacia la UPV, donde habíamos quedado para hacer un trabajo. A media mañana me llamó mi madre para preguntarme si sabía algo del gato, porque no lo había visto en toda la mañana. La pobre se había vuelto loca buscándolo. Sabiendo su tendencia a entrar en los armarios, los había revuelto todos pero no había ni rastro. Era como el día que se había caido por el patio, pero sin oir sus maullidos. Por la tarde me volvió a llamar para confirmarme que el gato no estaba. Yo me encontraba fatal, griposa y hundida de imaginarme esa despedida del gato. Así que mis compañeros me obligaron a marcharme a casa. Nada más llegar, volví a regirarlo todo para asegurarme y me acosté desconsolada y con fiebre. Al rato me llamó "el master del gazpatxo metálico" para ver cómo estaba y me vió tan mal que, a pesar de no gustarle y tener alergia a los gatos, vino y salimos por el barrio para buscarlo. Pero ni rastro. Cuando ya nos despedíamos en el portal, me dijo: "¿Ese no es tu gato?". Me giré y allí lo vi, saliendo de debajo de un coche, grasiento y acercándose hacia mi. ¡Qué alegría! Fue un momento mágico. Supongo que la noche anterior cuando entré en casa, él salió sin que yo me diese cuenta. Al verse la puerta cerrada, daría vueltas por la escalera y por la mañana saldría. Porque luego me enteré de que había pasado por la fontanería de bajo de casa de donde lo habían echado a escobazos y quizá se pasó el resto del día bajo el coche de delante del portal. Sólo de pensar en cómo debía sentirse, echado de casa, echado a escobazos, siendo un gato tan mimado y tan casero... me ponía yo peor. Menos mal que lo encontramos. Y espero que siga mirándome cómo escribo esto mucho tiempo.

Pero me temo lo peor porque antes escribo que para su edad está muy bien, antes se pone malo. Justo ayer tuve que llevarlo al veterinario: lleva tres días sin comer, vomitando y tirado de rincón en rincón. El pobre lo pasó mal, tuvieron que sacarle sangre para analizarla. Le raparon bajo el cuello para sacársela directamente de la yugular, pero no se dejó. Así que le raparon una pata y cuando ya casi habían terminado se rebotó y se le salió sola la jeringa con el consecuente hematoma (ahora tengo un gato con una pata morada...). Luego tuvieron que pincharle tres veces más para ponerle algo de medicación; así que llegó a casa asustadísimo. Hoy tendremos los resultados; pero ya me dijo la veterinaria que un gato no puede estar tres días sin comer... ¿y entonces? La verdad, no pensaba que algo así me pudiese afectar tanto. Bueno, según mis cálculos, aún le queda alguna vida... Intentaré pensar eso.

Sigue sus hazañas pinchando aquí o en la lista de personajes de la derecha.

I aquesta nit: Força Barça! (tot i que sóc una valencianista amb un minitrosset de vida a Manchester...)

1 comentari:

Raquel* ha dit...

Creer en la magia de las casualidades tiene el peligro de los reveses.
Hace un ratito, durante los 15 minutos que he sintonizado una radio-fórmula (lo que hago una o dos veces a la semana y cada vez menos...), ha sonado "Siete vidas", la canción que he dejado. Y aunque no hable concretamente de gatos, con el estado de nervios que tengo ahora, no me ha gustado nada esa casualidad... :_(