dilluns, 22 de juny del 2009

Le zanzare

Una noche cualquiera de verano. El calor te hace dormir con las ventanas de par en par y una simple sábana resulta incómoda. Cuesta coger el sueño. Cuando ya parece que lo estás consiguiendo, notas un sonido insoportable, que se acerca y se aleja, te tapas con la sábana hasta las orejas pero no aguantas demasiado tiempo ahí debajo, sigues oyéndolo, das manotazos a ciegas, dejas de oirlo e inmediatamente empiezan a picarte desesperadamente los tobillos. Y el amago de somnolencia que empezabas a tener se desvanece. Empieza una noche de histeria, cada vez más nerviosa ante ese sonido incesante y las ganas de soñar. Es el tiempo de los mosquitos.

Ya hemos entrado en el verano y, aunque los mosquitos llevan silbando varias semanas, ha sido esta noche cuando, por primera vez este año, me han molestado para dormir. Quizá sea porque por primera vez estos días, no enchufé una de esas pastillas venenosas que me dan un poco de mal rollo... pues bueno, queda demostrado que son efectivas.
Recuerdo las noches de verano en vela en el piso de mis abuelos en la Malvarrosa o las cenas de camping embadurnada de Autan hasta las pestañas.
El año que pasé en Firenze me avisaron de los indestructibles mosquito-tigre. Por aquel entonces, ya habían llegado a Italia (el verano pasado llegaron también por aquí...). La proximidad de mi casa al Arno hacía temer una invasión, pero sorprendentemente no fue tan grave.
Cuando peor lo pasé fue en un viaje que hicimos a mitad de julio de 2006 a Sardegna con la "señorita de la dulzura europea", el "señor de la buena vida" y el "señor de las ilusiones divertidas". La semana que pasamos fue inolvidable. Alquilamos una caravana años60 por lo menos, visitamos playas increíbles, comimos productos típicos, hablamos un poco de catalán con gente de Alghero... Pero hubo una noche casi trágica para mi... No, no es para tanto, jeje... En la caravana había un montón de mosquitos, y no me podía dormir... Veía al resto dormir plácidamente y yo me ponía cada vez más nerviosa. Me salí fuera, me tapé con el saco a modo de capa, me coloqué los cascos con música y me puse a hacer sudokus. Pero se oían incluso a través de los cascos... No pegué ojo en toda la noche. En cuando amaneció, deje una nota a mis compañeros y me fui paseando hasta la playa. Era toda para mi y para dos o tres pescadores. Me di un baño, me tumbé en la arena y por fin pude dormir.
Son unos insectos odiosos, pero el verano no sería tal sin ellos.