Al lado de la que fue mi casa en Firenze, hay una pastelería inolvidable. La echo muchísimo de menos. Mis compañeras de piso eran muy habituales del local y me lo transmitieron. El dueño era un abuelito típico fiorentino. Es la Pasticceria Marcello.
Me encantaba desayunar allí a la maniera fiorentina; es decir, pedir en caja (capuccio e pasta), pagar 2€, elegir el bollo (los de crema y chocolate juntos eran increíbles), ir comiéndotelo de pie en la barra mientras te preparaban un auténtico capuccino y bebértelo luego. O bajar los domingos en primavera al sol de su terraza a desayunar leyendo La Repubblica. Recuerdo el día que fui a ver el piso que, antes de entrar, me pasé con el "señor de las ilusiones divertidas" por esta pastelería por casualidad y nos merendamos un bombolone alla crema cada uno, de los mejores que probé en toda mi estancia allí... Y cuando una de mis compañeras acabó la carrera bajamos da Marcello a celebrarlo con spumante...
En la cafetería trabajaba una chica sudamericana, nunca hablamos en castellano ni de nada más allá de qué tipo de dulce quería o si tomaría capuccino o espresso... pero sí se notaba una complicidad extranjera en la mirada. Y el día de mi cumpleaños, cuando bajé a comprar una tarta de limón, esa complicidad se tradujo en un peso más ligero, en dejar caer poco la tarta sobre la báscula y hacerme ahorrar un pastón... y sonrisas. Siempre que he vuelto después, han seguido estando esas sonrisas.
Y el otro día soñé con Marcello, el local lo habían ampliado, pero el dueño y la sudamericana seguían sonriendo. Tengo que volver pronto... ho bisogno di un capuccio e pasta!
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